Devoción
Quiero dejar registrado algo sobre mi proceso con la práctica de yoga. Lo primero es que los efectos de yoga, por lo que he visto, son a larguísimo plazo. Es claro que a corto plazo se puede aliviar tensiones, ganar flexibilidad, fuerza y control dependiendo de las posturas y del tipo de yoga que uno más practique (y del profesor, porque si uno está mal guiado también se pueden ganar lesiones y problemas mentales o emocionales). También se puede aliviar estrés, reducir síntomas depresivos, fatiga, letargo, entre otros, en un tiempo más o menos corto. Pero todos esos avances son cosas que se pueden lograr con cualquier serie de ejercicios de estiramiento, con masajes, con deportes. Son avances, además, que no son sustanciales. Si hoy dejo de practicar yoga durante los próximos seis meses, al final de ese período de pausa posiblemente tendría que volver a recorrer nuevamente el camino que he recorrido durante el último año, para llegar al mismo punto en el que estoy hoy en términos puramente físicos. Tal vez tendría interiorizados algunos ajustes importantes, sabría montar las posturas de forma que me haga menos daño y sea más fácil y placentero, sabría valerme mejor de la respiración para alcanzar resultados que antes me demoraba más en alcanzar. Aun así, tendría que volver a recorrer una buena parte del camino. Lo otro es que, para llegar a resultados sólidos, no es tan importante la intensidad o frecuencia de la práctica, como la calidad e intención. Esto tiene que ver con la meditación y su lugar en la práctica.
Sobre los efectos a largo plazo. Lo que más me interesa de yoga son sus efectos terapéuticos, sobre todo en las emociones. También tiene efectos terapéuticos en lo que tiene que ver con molestias o problemas específicos en el cuerpo físico (dolor de espalda, digamos), pero a mí me interesa mucho lo emocional y he observado mucho mis cambios en ese aspecto, aunque no de una forma sistemática. No he llevado un práctica única, orientada específicamente a aliviar o trabajar ciertas molestias emocionales, sino que he ido experimentando diferentes tipos de yoga, leyendo y adaptándome a lo que los lugares donde me encuentro me ofrecen. He cambiado bastante de ciudad y de profesores. Eso me ha dado una visión amplia del yoga, lo cual es muy útil. También he podido practicar con algunos profesores por periodos más o menos largos, lo que me ha dado una idea básica de lo que cada una de sus propuestas busca en términos emocionales o físicos. No sé en qué momento exacto se dio ese avance que estoy sintiendo ahora mismo y que considero sustancial y duradero. Tampoco tengo tan claro con qué práctica lo logré. Posiblemente fue el conjunto de todas, fue mi propia búsqueda que empezó con la primera clase que tuve, en el 2005: al fin y al cabo por más que se trate de enfoques diferentes, todas se tratan de lo mismo, de despertar y entrenar el testigo interno que no se involucra inconsciente y frenéticamente con los pensamientos y las emociones, sino que es capaz de observarlas y decidir a cuáles entregarse (si es el caso) y cuáles simplemente observar y dejar salir por donde entraron. Yoga también enseña cómo entregarse a algo, así sea incómodo. Una tarea nada fácil. Pero también hay un componente físico que tiene un efecto sobre el emocional, y esto no lo tengo tan claro, solo tengo una hipótesis. El avance que yo siento es un fortalecimiento interno. Es una cosa que se siente en el pecho, como una fuerza que antes estaba apenas germinando y que me impedía sustentarme emocionalmente. No es que haya llegado a ese avance en términos absolutos, simplemente siento como si hubiera dado un paso hacia adelante en ese sentido. Un paso pequeño ante un camino larguísimo. Pero es clarísimo y se siente como un paso irreversible. Estoy segura (casi completamente) de que fue la práctica de ashtanga vinyasa yoga la que más me ayudó en ese sentido. Fue después de haber practicado ashtanga regularmente por aproximadamente seis meses que empecé a sentir que, a pesar de mis obstáculos internos, ya era capaz de sostenerme en mis propias piernas (emocional y físicamente hablando). También dejé de sentir algo que se había agravado justo antes de dar ese pasito hacia adelante: la sensación de que mi pecho se convertía en un hoyo negro que me chupaba y por el cual caía dolorosa e irremediablemente. Un ahogo y desolación alojados en el centro del pecho. Ashtanga fortalece, trabaja la confianza, la seguridad y abre el pecho. Mi maravillosa profesora solía decir que eso tenía que ver con que se trabaja mucho con el fortalecimiento de los brazos, sostenerse sobre los propios brazos. De hecho, para hacer la secuencia que le da el nombre "vinyasa" (la cual incluye una "lagartija"), que se repite hasta el cansancio extremo en la práctica de ashtanga, hay que fortalecer mucho los hombros, los brazos, el plexo solar y el abdomen bajo. Ese fortalecimiento da una sensación de poder y control, que además no es para nada falsa. Abrir el corazón implica dejar salir ciertas cosas que uno no quiere ver ni sentir, pero después de eso todo parece indicar que el camino es más sencillo. Ese camino no tiene fin.
Sobre calidad e intención. Es evidente que la repetición y la frecuencia son esenciales, porque es imposible romper patrones negativos que están automatizados simplemente reprimiéndolos, sin hacer el trabajo de interiorizar un patrón diferente. De hecho si hay algo que obstaculice el trabajo de cortar patrones o hábitos que uno no necesita, es fijar la atención en ellos, obsesionarse con ellos, en vez de enfocarse en el hábito opuesto, el que uno sí necesita cultivar. Y ese cultivo se logra con repetición, simple y llanamente. Pero no es solo la repetición, es dónde se encuentra la atención y cuál es la intención al realizar una postura, por ejemplo. Las posturas en yoga son una preparación y un ancla para la meditación. Al realizar asanas el cuerpo es el propio centro de atención, al cual la mente vuelve una y otra vez. Se supone que después de una buena práctica de asanas y ejercicios de respiración, la persona está preparada para la práctica de meditación. De modo que la meditación atraviesa la práctica de yoga: es medio y es fin. A pesar de estar practicando yoga con más o menos juicio hace unos tres años, no me había hecho consciente hasta ahora del papel fundamental que tiene la meditación en todo esto. Dicen que para tener paz es necesario tener claridad en la conciencia, y para tener amor en el corazón es necesario primero tener paz. Entonces es como una cadena: claridad, paz y amor. La meditación es fundamental en ese proceso de buscar claridad. Es como hacerle limpieza a la casa, sacudir el polvo, poner cada cosa en su lugar, saber dónde está qué y para qué sirve, tener control sobre el medio en el que uno se mueve para no verse de un momento a otro totalmente tomado por la confusión y por la densidad de un ambiente desorganizado e inconsciente. Con esa claridad es más fácil tener paz, saber qué hay realmente en esa casa, con qué se cuenta y con qué no, qué es prestado, qué se tiene que devolver al vecino, qué hay que tirar a la basura y qué necesita ser cuidado y alimentado. Organizando uno sabe qué tiene y dónde, se conoce a sí mismo y, si quiere, se acepta y cuida. También facilita el flujo de la energía, el paso de la luz, la entrada de cosas distintas. Cuando uno hace las posturas con la intención de meditar, con la intención de observar el cuerpo, de acompañarlo en el proceso de llegar adonde sea que quiera o pueda llegar, los efectos de la práctica se potencializan. Eso es lo que he venido sintiendo este mes, que he practicado con un profesor que hace muchísimo énfasis en conocer el propio cuerpo, en dejarlo hablar. Este tiempo he entrado en contacto con mi cuerpo de una manera más profunda y he creado espacio (como él dice) para que me hable. Es como si hubiera abierto una puerta que nunca había notado y hubiera descubierto espacios vacíos, rincones olvidados, que necesitan ser vistos, ocupados, regados. He practicado menos frecuentemente, pero más conscientemente, y es como si los efectos de la práctica me acompañaran por más tiempo después de la clase y hubiera interiorizado un poco más eso de que yoga se practica todos los días, todo el día, no durante la hora y media de clase. Cuando se hace la postura final, de relajación, antes de meditar, es como si toda esa energía que se ha movido, todos esos espacios que se han creado y todo ese flujo que se ha activado, comenzaran a asentarse en el cuerpo, a ocupar los espacios que les corresponden. Ese es un proceso que continua, si uno está atento y abierto, después de la clase, las horas, los días siguientes: todo se va asentando, la mente y el corazón quedan alerta y receptivos. Pero si uno sale a pegarse a un computador, a llenarse de basura, a dejar que la mente se descontrole, a olvidar ese trabajo consciente de estar atento, de estar abierto, de buscar calma para oírse, el cuerpo y la mente desandan. Yoga es estar presente y estar presente es un gran acto de amor hacia uno mismo.
Sobre los efectos a largo plazo. Lo que más me interesa de yoga son sus efectos terapéuticos, sobre todo en las emociones. También tiene efectos terapéuticos en lo que tiene que ver con molestias o problemas específicos en el cuerpo físico (dolor de espalda, digamos), pero a mí me interesa mucho lo emocional y he observado mucho mis cambios en ese aspecto, aunque no de una forma sistemática. No he llevado un práctica única, orientada específicamente a aliviar o trabajar ciertas molestias emocionales, sino que he ido experimentando diferentes tipos de yoga, leyendo y adaptándome a lo que los lugares donde me encuentro me ofrecen. He cambiado bastante de ciudad y de profesores. Eso me ha dado una visión amplia del yoga, lo cual es muy útil. También he podido practicar con algunos profesores por periodos más o menos largos, lo que me ha dado una idea básica de lo que cada una de sus propuestas busca en términos emocionales o físicos. No sé en qué momento exacto se dio ese avance que estoy sintiendo ahora mismo y que considero sustancial y duradero. Tampoco tengo tan claro con qué práctica lo logré. Posiblemente fue el conjunto de todas, fue mi propia búsqueda que empezó con la primera clase que tuve, en el 2005: al fin y al cabo por más que se trate de enfoques diferentes, todas se tratan de lo mismo, de despertar y entrenar el testigo interno que no se involucra inconsciente y frenéticamente con los pensamientos y las emociones, sino que es capaz de observarlas y decidir a cuáles entregarse (si es el caso) y cuáles simplemente observar y dejar salir por donde entraron. Yoga también enseña cómo entregarse a algo, así sea incómodo. Una tarea nada fácil. Pero también hay un componente físico que tiene un efecto sobre el emocional, y esto no lo tengo tan claro, solo tengo una hipótesis. El avance que yo siento es un fortalecimiento interno. Es una cosa que se siente en el pecho, como una fuerza que antes estaba apenas germinando y que me impedía sustentarme emocionalmente. No es que haya llegado a ese avance en términos absolutos, simplemente siento como si hubiera dado un paso hacia adelante en ese sentido. Un paso pequeño ante un camino larguísimo. Pero es clarísimo y se siente como un paso irreversible. Estoy segura (casi completamente) de que fue la práctica de ashtanga vinyasa yoga la que más me ayudó en ese sentido. Fue después de haber practicado ashtanga regularmente por aproximadamente seis meses que empecé a sentir que, a pesar de mis obstáculos internos, ya era capaz de sostenerme en mis propias piernas (emocional y físicamente hablando). También dejé de sentir algo que se había agravado justo antes de dar ese pasito hacia adelante: la sensación de que mi pecho se convertía en un hoyo negro que me chupaba y por el cual caía dolorosa e irremediablemente. Un ahogo y desolación alojados en el centro del pecho. Ashtanga fortalece, trabaja la confianza, la seguridad y abre el pecho. Mi maravillosa profesora solía decir que eso tenía que ver con que se trabaja mucho con el fortalecimiento de los brazos, sostenerse sobre los propios brazos. De hecho, para hacer la secuencia que le da el nombre "vinyasa" (la cual incluye una "lagartija"), que se repite hasta el cansancio extremo en la práctica de ashtanga, hay que fortalecer mucho los hombros, los brazos, el plexo solar y el abdomen bajo. Ese fortalecimiento da una sensación de poder y control, que además no es para nada falsa. Abrir el corazón implica dejar salir ciertas cosas que uno no quiere ver ni sentir, pero después de eso todo parece indicar que el camino es más sencillo. Ese camino no tiene fin.
Sobre calidad e intención. Es evidente que la repetición y la frecuencia son esenciales, porque es imposible romper patrones negativos que están automatizados simplemente reprimiéndolos, sin hacer el trabajo de interiorizar un patrón diferente. De hecho si hay algo que obstaculice el trabajo de cortar patrones o hábitos que uno no necesita, es fijar la atención en ellos, obsesionarse con ellos, en vez de enfocarse en el hábito opuesto, el que uno sí necesita cultivar. Y ese cultivo se logra con repetición, simple y llanamente. Pero no es solo la repetición, es dónde se encuentra la atención y cuál es la intención al realizar una postura, por ejemplo. Las posturas en yoga son una preparación y un ancla para la meditación. Al realizar asanas el cuerpo es el propio centro de atención, al cual la mente vuelve una y otra vez. Se supone que después de una buena práctica de asanas y ejercicios de respiración, la persona está preparada para la práctica de meditación. De modo que la meditación atraviesa la práctica de yoga: es medio y es fin. A pesar de estar practicando yoga con más o menos juicio hace unos tres años, no me había hecho consciente hasta ahora del papel fundamental que tiene la meditación en todo esto. Dicen que para tener paz es necesario tener claridad en la conciencia, y para tener amor en el corazón es necesario primero tener paz. Entonces es como una cadena: claridad, paz y amor. La meditación es fundamental en ese proceso de buscar claridad. Es como hacerle limpieza a la casa, sacudir el polvo, poner cada cosa en su lugar, saber dónde está qué y para qué sirve, tener control sobre el medio en el que uno se mueve para no verse de un momento a otro totalmente tomado por la confusión y por la densidad de un ambiente desorganizado e inconsciente. Con esa claridad es más fácil tener paz, saber qué hay realmente en esa casa, con qué se cuenta y con qué no, qué es prestado, qué se tiene que devolver al vecino, qué hay que tirar a la basura y qué necesita ser cuidado y alimentado. Organizando uno sabe qué tiene y dónde, se conoce a sí mismo y, si quiere, se acepta y cuida. También facilita el flujo de la energía, el paso de la luz, la entrada de cosas distintas. Cuando uno hace las posturas con la intención de meditar, con la intención de observar el cuerpo, de acompañarlo en el proceso de llegar adonde sea que quiera o pueda llegar, los efectos de la práctica se potencializan. Eso es lo que he venido sintiendo este mes, que he practicado con un profesor que hace muchísimo énfasis en conocer el propio cuerpo, en dejarlo hablar. Este tiempo he entrado en contacto con mi cuerpo de una manera más profunda y he creado espacio (como él dice) para que me hable. Es como si hubiera abierto una puerta que nunca había notado y hubiera descubierto espacios vacíos, rincones olvidados, que necesitan ser vistos, ocupados, regados. He practicado menos frecuentemente, pero más conscientemente, y es como si los efectos de la práctica me acompañaran por más tiempo después de la clase y hubiera interiorizado un poco más eso de que yoga se practica todos los días, todo el día, no durante la hora y media de clase. Cuando se hace la postura final, de relajación, antes de meditar, es como si toda esa energía que se ha movido, todos esos espacios que se han creado y todo ese flujo que se ha activado, comenzaran a asentarse en el cuerpo, a ocupar los espacios que les corresponden. Ese es un proceso que continua, si uno está atento y abierto, después de la clase, las horas, los días siguientes: todo se va asentando, la mente y el corazón quedan alerta y receptivos. Pero si uno sale a pegarse a un computador, a llenarse de basura, a dejar que la mente se descontrole, a olvidar ese trabajo consciente de estar atento, de estar abierto, de buscar calma para oírse, el cuerpo y la mente desandan. Yoga es estar presente y estar presente es un gran acto de amor hacia uno mismo.
Me alegra mucho que se haya solucionado, o no solucionado sino que sea menos grave, eso del hoyo negro.
ResponderEliminarEs raro sentir o saber que hay algo del otro lado, un algo que el hacer las cosas consciente y constantemente le dan a uno. Lástima que sea a largo plazo. Hay personas que no tienen tanta disciplina.
Hoy leí esto y sonreí, entonces pues gracias por compartirlo.
Un abrazo.
Siempre he pensado que la Yoga es una disciplina maravillosa que puede ayudarnos a mejorar de manera definitiva nuestra calidad de vida, y no importa la edad, ahora que yo soy un adulto mayor encuentro en la Yoga una herramienta que me ayuda a relajarme y sentirme en armonía con mi entorno, me permite mantener mi cuerpo más flexible y mi mente más clara. Gracias por compartir su experiencia, encuentro muchas coincidencias. Felicidades!!!
ResponderEliminarMuchas gracias a ustedes por leer, me alegran mucho sus comentarios.
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