Un señor muy callado se recuesta en su silla reclinomatic a leer la revista Selecciones, mientras bebe el tinto que acaba de preparar con un filtro de dudosa procedencia. El señor se ve fuerte y saludable, pero entre el pecho y la garganta hay un peso invisible que le impide el habla. De todas formas no es necesario que hable para que los demás se enteren de la placidez de ese momento entre él y él. Son dos él: el que habla y el que no habla. El que habla está amordazado y resignado, soportando ese peso que lo ocupa casi todo. El que no habla sonríe y acaricia. Dice de la mejor forma que puede. El que no habla está cargando la muerte en un costal de ladrillos rotos que lleva a todos lados. La muerte le pesa en el hombro derecho y lo ahoga. El que habla está lleno de rituales balsámicos: sentir el olor del café todas las tardes, filtrarlo, hacer las debidas llamadas, picar galletas con mermelada, caminar con su hija la ladera acostumbrada, escoger medias, recostarse en su silla, leer la Selecciones. El señor que no habla tiene manos grandes, fuertes y al mismo tiempo expresivas. Las pantorrillas son especialmente consistentes, debe ser de tanto caminar laderas con bultos de ladrillo al hombro. El que habla se pone las gafas para leer de cerca y disfruta el olor a libro nuevo. El que no habla come despacio, con mucho cuidado, el aire no le da para tanto. El señor que no habla conversa con el lotero, se tienen aprecio. El que habla se queda mudo, mira triste la televisión que le da calor al cuarto. El señor que no habla cargó la muerte con mucho empeño, se acostumbró a ella, la saludó sonriente cuando fue su turno. El señor que habla se aparece en sueños para dar abrazos verdaderos.
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¡Abrazos verdaderos! Qué bonita esta entrada.
ResponderEliminarMuchas gracias por leer, Carolina.
ResponderEliminarHermoso esto, Ángela.
ResponderEliminarGracias, Ana.
ResponderEliminarQue hermoso
ResponderEliminarGracias, prima. <3
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