Uno mismo

Hay dos situaciones que me gustan mucho para hablar conmigo misma: caminando y en el agua. A veces uno de los interlocutores está especialmente locuaz, mientras el otro está en un rincón con los audífonos puestos: se los quita de vez en cuando para responder algún monosílabo. A veces son debates intensos entre más de dos polemistas, muchas veces de edades variadas. 

Las conversas nacidas en el agua son siempre serenas y poco confrontadoras. Es como si palabras e ideas, antes dormidas o atascadas, comenzaran a despertar y fluir con naturalidad, sin lucha. Y cosas que antes eran complicadas encuentran salidas distintas, todo parece fácil. La caminada es diferente: la mente se revoluciona, ideas nuevas empiezan a surgir a la velocidad del paso, se conectan entre sí y, sin darse cuenta, termina uno manoteando o riéndose solo, como loco profesional.

Algunas veces he ido a playas o parques, escenarios cinematográficos idílicos, perfectos para decirse la mentira de que uno piensa mejor y nada malo podrá pasarle si toma una decisión al vaivén de las olas o junto a un árbol colosal. Pero la verdad es que la bobada no se quita con agua salada, ni brisa, ni nada. Claro que el silencio ayuda mucho, así sea para oír mejor las ideas absurdas o la decisión equivocada que están clamando por salir.

Después de cine, si la película es muy buena, suelo tener conversaciones intensas y difíciles conmigo misma. No sé qué tiene el cine que provoca eso, pero lo hace fuertemente. Ir conmigo a cine es la constatación de que estando junto a cierta gente uno se siente más solo que nunca. 

Una de mis preferidas es escribir, que se parece a desenredar una gran bola de hilo enmarañado. Cuando escribo siento alivio. Al comienzo es incómodo, pero después siento que el aire se va abriendo paso.

Finalmente, soñando es como más me gusta. A veces me lo propongo antes de dormir y sueño algo relacionado con el tema que me inquieta: una respuesta, una forma de verlo, un sentimiento. Hablo con una parte mía que es como si supiera más de todo, que no negocia con mi ego, que me muestra las cosas con fuerza y en un lenguaje distinto al de las palabras. Un lenguaje que puede ser cruel, tenebroso, sabio, dulce o extraño. No se deja comunicar en el mundo consciente sin perder el sentido y eso le da más poder.





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