El abrazo de la serpiente

Ciro Guerra dijo que en la búsqueda de los actores que interpretarían los personajes indios de El abrazo de la serpiente corroboró que hay una verdad interior que es irreemplazable. Él intentó enseñarle a un actor de padres indígenas a representar un indígena y no funcionó, entonces trabajó con indios y les enseñó de qué se trataba el asunto. El resultado es mejor verlo en cine que intentar abarcarlo con palabras. Pero quiero entender de qué se trata esta película y en qué lugar de mi memoria quedó alojada.

El abrazo de la serpiente no solo logra lo que algunos han destacado y el propio autor pretendía: contar el Amazonas desde la mirada del nativo o, para ser más justos, desde una mirada generosa y realista del nativo (no sé dónde, en la película, se muestra al indígena como buen salvaje: me pareció bien lo contrario), una mirada que le da un lugar y que busca vislumbrar su mundo y su voz. Da cuenta de un registro impresionante de los pueblos que en la época habitaban esas regiones, de sus grietas, sus dramas, su belleza y su sombra. Como ficción basada en registros reales, es un documento tan bello como valioso que —aunque a muchos no les guste volver a escuchar esta historia— honra un saber y una experiencia locales que fueron y son masacradas, negadas por poderes e intereses ajenos. Pero yo siento que va más allá de querer retratar la sabiduría del indio, la devastación y muerte del colono, el fanatismo religioso, la corrupción de cierta soñada pureza original. La película se trata de esa verdad interior que es irremplazable y que no es exclusiva del indio ni de nadie. Se trata de un «occidental» que debe aprender a escucharse. Es bellísima la parte en que Karamakate le dice a su acompañante blanco que debe aprender a escuchar la música de sus propios ancestros, para descifrar el camino de ambos. Y no es solo el blanco quien se encuentra y se sufre a sí mismo, es también el indio que debe reencontrarse y trascender el ego. No es un juego de dos caras opuestas, todos ellos son dos hombres y necesitan asirse a una voz más profunda.

Creo que esta película también logra eso. Logra salirse de la dualidad blanco/indio, hablando de un instinto y una verdad no solamente humanas: un instinto animal, una fuerza vegetal, orgánica, un impulso vital que conduce todas las cosas por su propio camino y que el hombre olvida escuchar. Logra contar la selva desde ambos lados y ambos lados se desdibujan en ciertos momentos. Es una historia que se deja contemplar y se deja vivir. Yo la quiero vivir muchas veces.

Para terminar, una reserva. En la película la figura femenina está ausente, solo aparece marginalmente, esclavizada o como auxiliar. La mujer no existe. Esa ausencia, aunque tenga una razón de ser y refleje una realidad, desconoce la voz femenina olvidada en ambos mundos. Una voz que no siempre fue acallada, que alguna vez tuvo un lugar y un valor, aun dentro del machismo que a nuestros ojos las culturas indígenas encarnan. Siento que esa es una parte de la historia que no está clara o que no se revela  desde la mirada de esta película, ni siquiera a partir del reconocimiento de un olvido o un saber enmudecido.

Comentarios

  1. Más o menos en la época en que Guerra empezó a escribir el guión, yo agarré mis corotos y me lancé por el río Amazonas, bajando desde Leticia hasta Belém. Fue un viaje que duró alrededor de tres semanas (el del río) y que se extendió durante cinco años, en otros parajes brasileños. Ese viaje fue, de inicio a fin —con algunos resbalones y extravíos—, el resultado de escuchar mi voz interior. Muchas veces me dejé guiar por los sueños, como ha hecho el ser humano desde siempre, en diferentes épocas y lugares. No fue algo planeado o decidido racionalmente, simplemente ocurrió así. Al mismo tiempo, durante todos esos años, tuve muchas experiencias con yagé, una infusión preparada con dos plantas amazónicas. El yagé o ayahuasca —y sospecho que la selva, en general— tienen la generosidad de ofrecerle al viajero experiencias completas: el grado de oscuridad, dolor y extrañeza que se puede llegar a experimentar es proporcional al de esplendor, placer y sentido. Hay tanta asfixia como expansión, tanta dulzura como violencia y tanta belleza como horror. Y no hay medida, ni un número determinado de orillas. En todo esto se tiene la sensación de estar atisbando el infinito, el no-tiempo y la ausencia de fronteras. Uno de los resultados de ese viaje fue un libro para niños que terminé de escribir hace poco. Cuenta la aventura de una niña cabocla que vive en la selva, a la orilla de un gran río. Para encontrar algo que ha perdido, se guía por sus propios sueños. Con esas experiencias a cuestas, fui a ver la película. Por eso, creo, me marcó tanto y es tan importante para mí entender lo que me dejó, a través de este escrito.

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