Máscaras
La entrada que escribí ayer era sobre el descubrimiento de que toda la vida he usado mi propio cuerpo como guarida. Lo de usarlo como refugio, como cueva, es literal, no simboliza nada, no se refiere a otra cosa, o eso creo. Ese hábito tiene ventajas y desventajas. Por un lado, soy retraída a puntos que a veces rayan en lo enfermo y pueden afectar mi desempeño en el trabajo, en las relaciones con la gente que quiero, etc. Por otro lado, prácticamente en lo único que creo es en mí misma, en verdades casi incomunicables que me guían y que van tejiendo mi camino, a medida que las voy descubriendo en la experiencia y el silencio.Eso me permite cierta autonomía (todavía bastante limitada).
La introspección también ocurre en el cuerpo, no es apenas una actitud intelectual. El cuerpo rígido y cerrado alimenta el estado de introspección, así como el vicio de pensar y retraerse demasiado modelan una estructura corporal específica. Ese era el tema de la entrada de ayer, pero casualmente me ha llegado material para reflexionar sobre el cuerpo desde un punto de vista más amplio. El material me ha llegado de distintas fuentes: la tesis de una profesora de yoga, la historia reciente de mi propio cuerpo, un libro llamado "El cuerpo habla" (que me prestaron ayer), este documental que alguien puso hoy en Facebook, la señora que me arrienda el cuarto donde vivo y su peculiar forma de vivir su feminidad, las columnas de Carolina Sanín, el culto al cuerpo que se respira en una ciudad como Rio de Janeiro y el dolor constante que tengo en el hombro derecho, por nombrar algunas. Tanto Carolina Sanín, como la compiladora de "El cuerpo habla", como la realizadora del documental llegan, por vías diferentes, a reconocer que el tema del cuerpo femenino (o del cuerpo en general) está íntimamente relacionado con el tema del poder (entre otros, como el de la identidad o el de la relación con la muerte). El cuerpo es y ha sido herramienta y campo de batalla en una lucha por el poder.
Me sorprende muchísimo venir a descubrir a los 31 años que la relación que tengo con mi propio cuerpo está completamente atravesada y es totalmente sintomática de un patrón cultural degradante, de odio, humillación, violencia y cosificación constantes del ser humano. Es claro que en otras etapas de mi vida he sido relativamente consciente del tema, incluso he tratado de trabajarlo dentro de mí o he sentido indignación, pero solo ahora lo veo con más claridad, con la fuerza que tiene.
Hace más o menos seis meses tuve una experiencia que en el momento pasó desapercibida, pero que hoy cobra más sentido. Fui a São Paulo a un curso de traducción que estaba haciendo y después abandoné. Me quedé en un hostal, en un cuarto colectivo. En mi cuarto también se estaban hospedando dos mujeres, que venían a un evento de trabajo. Una de ellas tenía unos 45 años y a la otra le pongo 60. Una mañana se levantaron primero que yo a bañarse y arreglarse para irse a su evento. Yo me dediqué a espiarlas, desde la parte alta de mi camarote, mientras se vestían, maquillaban, peinaban. Estaban semidesnudas las dos, una poniéndose el brasier y la otra ayudándola a abrochárselo . Recuerdo que me parecieron bonitas, sus cuerpos me parecieron lindos. No eran trabajados, ni delgados, ni nada. Eran cuerpos de señoras que probablemente tienen hijos y se la pasan sentadas frente a un computador en la oficina. Es decir, tenían barriga, rollos en la cintura, en la parte donde se marca el brasier, las tetas eran grandes y no muy paradas, los muslos grandes, tenían algunas arrugas. De todas formas sus cuerpos me parecieron bonitos y ellas, en general, me parecieron lindas, agradables, las admiré como quien admira el cuadro de un pintor renacentista. Tuve que hacer un esfuerzo para reconocer y entender eso: que me parecían bonitas de verdad. Me imaginé que si ellas se miraban al espejo se iban a ver mil defectos, probablemente se iban a sentir feas y poco deseables. Me pregunté si los hombres, sus esposos, novios, las veían como yo las veía. Supuse que no y pensé que eso les debía causar sufrimiento innecesario. Y ahí quedó la cosa hasta hoy, que vi el documental, después de haber leído un poco del libro, de haber visto esta foto. La foto me recordó otra experiencia que tuve ayer. Yo me maquillo poquísimo y muy esporádicamente y no uso ningún producto para cuidar la piel de la cara. Ayer entré a una tienda especializada a buscar un líquido para limpiar el rostro, solo quería eso. La mujer me explicó, aterrorizada por mi ignorancia, que era imposible no usar un jabón especial para limpiar, después un tónico y después una crema hidratante (para después sí empezar a "aplicar" el maquillaje). También me mostró cremas, geles, máscaras y líquidos para partes específicas del rostro. Me hizo un tratamiento, mi cara quedó pegachenta y salí agradeciéndome por haberme ahorrado esa plata todos estos años (todo era carísimo). La vendedora tenía una capa de base y polvos que no le tapaba el acné incipente, sino que lo resaltaba. Ella se echa una máscara (así le dicen) para tapar las imperfecciones de la piel y cuando uno la mira es imposible desviar la atención de la máscara que, en teoría, no debería ser notada. Me impresionó muchísimo cómo todos aprendemos a fingir que las máscaras no están ahí, que las máscaras son la gente y lo que nos venden es la realidad.
Es muy inconsciente una humanidad que se permite una reducción tan basta de la capacidad de goce, del disfrute estético de la realidad. Que se permite ser gobernada de esa forma. No es una cuestión de educación solamente, mucho menos de clase, es algo diferente, de perspectiva y actitud, de reconocer que uno está como entumecido mental y físicamente, que hay muchos más matices y niveles de relación que los que nos queremos hacer creer que existen. Y algo me dice que las mujeres, con ese tal movimiento feminista, tenemos la oportunidad de transformar muchísimo y muchísimo más allá de nuestras narices. Pero ese movimiento feminista, en mi opinión, no debería crecer en un campo de batalla externo, no es una medición de fuerzas, es un proceso de ampliación de la conciencia y maduración de los seres humanos, sin importar el género.
La introspección también ocurre en el cuerpo, no es apenas una actitud intelectual. El cuerpo rígido y cerrado alimenta el estado de introspección, así como el vicio de pensar y retraerse demasiado modelan una estructura corporal específica. Ese era el tema de la entrada de ayer, pero casualmente me ha llegado material para reflexionar sobre el cuerpo desde un punto de vista más amplio. El material me ha llegado de distintas fuentes: la tesis de una profesora de yoga, la historia reciente de mi propio cuerpo, un libro llamado "El cuerpo habla" (que me prestaron ayer), este documental que alguien puso hoy en Facebook, la señora que me arrienda el cuarto donde vivo y su peculiar forma de vivir su feminidad, las columnas de Carolina Sanín, el culto al cuerpo que se respira en una ciudad como Rio de Janeiro y el dolor constante que tengo en el hombro derecho, por nombrar algunas. Tanto Carolina Sanín, como la compiladora de "El cuerpo habla", como la realizadora del documental llegan, por vías diferentes, a reconocer que el tema del cuerpo femenino (o del cuerpo en general) está íntimamente relacionado con el tema del poder (entre otros, como el de la identidad o el de la relación con la muerte). El cuerpo es y ha sido herramienta y campo de batalla en una lucha por el poder.
Me sorprende muchísimo venir a descubrir a los 31 años que la relación que tengo con mi propio cuerpo está completamente atravesada y es totalmente sintomática de un patrón cultural degradante, de odio, humillación, violencia y cosificación constantes del ser humano. Es claro que en otras etapas de mi vida he sido relativamente consciente del tema, incluso he tratado de trabajarlo dentro de mí o he sentido indignación, pero solo ahora lo veo con más claridad, con la fuerza que tiene.
Hace más o menos seis meses tuve una experiencia que en el momento pasó desapercibida, pero que hoy cobra más sentido. Fui a São Paulo a un curso de traducción que estaba haciendo y después abandoné. Me quedé en un hostal, en un cuarto colectivo. En mi cuarto también se estaban hospedando dos mujeres, que venían a un evento de trabajo. Una de ellas tenía unos 45 años y a la otra le pongo 60. Una mañana se levantaron primero que yo a bañarse y arreglarse para irse a su evento. Yo me dediqué a espiarlas, desde la parte alta de mi camarote, mientras se vestían, maquillaban, peinaban. Estaban semidesnudas las dos, una poniéndose el brasier y la otra ayudándola a abrochárselo . Recuerdo que me parecieron bonitas, sus cuerpos me parecieron lindos. No eran trabajados, ni delgados, ni nada. Eran cuerpos de señoras que probablemente tienen hijos y se la pasan sentadas frente a un computador en la oficina. Es decir, tenían barriga, rollos en la cintura, en la parte donde se marca el brasier, las tetas eran grandes y no muy paradas, los muslos grandes, tenían algunas arrugas. De todas formas sus cuerpos me parecieron bonitos y ellas, en general, me parecieron lindas, agradables, las admiré como quien admira el cuadro de un pintor renacentista. Tuve que hacer un esfuerzo para reconocer y entender eso: que me parecían bonitas de verdad. Me imaginé que si ellas se miraban al espejo se iban a ver mil defectos, probablemente se iban a sentir feas y poco deseables. Me pregunté si los hombres, sus esposos, novios, las veían como yo las veía. Supuse que no y pensé que eso les debía causar sufrimiento innecesario. Y ahí quedó la cosa hasta hoy, que vi el documental, después de haber leído un poco del libro, de haber visto esta foto. La foto me recordó otra experiencia que tuve ayer. Yo me maquillo poquísimo y muy esporádicamente y no uso ningún producto para cuidar la piel de la cara. Ayer entré a una tienda especializada a buscar un líquido para limpiar el rostro, solo quería eso. La mujer me explicó, aterrorizada por mi ignorancia, que era imposible no usar un jabón especial para limpiar, después un tónico y después una crema hidratante (para después sí empezar a "aplicar" el maquillaje). También me mostró cremas, geles, máscaras y líquidos para partes específicas del rostro. Me hizo un tratamiento, mi cara quedó pegachenta y salí agradeciéndome por haberme ahorrado esa plata todos estos años (todo era carísimo). La vendedora tenía una capa de base y polvos que no le tapaba el acné incipente, sino que lo resaltaba. Ella se echa una máscara (así le dicen) para tapar las imperfecciones de la piel y cuando uno la mira es imposible desviar la atención de la máscara que, en teoría, no debería ser notada. Me impresionó muchísimo cómo todos aprendemos a fingir que las máscaras no están ahí, que las máscaras son la gente y lo que nos venden es la realidad.
Es muy inconsciente una humanidad que se permite una reducción tan basta de la capacidad de goce, del disfrute estético de la realidad. Que se permite ser gobernada de esa forma. No es una cuestión de educación solamente, mucho menos de clase, es algo diferente, de perspectiva y actitud, de reconocer que uno está como entumecido mental y físicamente, que hay muchos más matices y niveles de relación que los que nos queremos hacer creer que existen. Y algo me dice que las mujeres, con ese tal movimiento feminista, tenemos la oportunidad de transformar muchísimo y muchísimo más allá de nuestras narices. Pero ese movimiento feminista, en mi opinión, no debería crecer en un campo de batalla externo, no es una medición de fuerzas, es un proceso de ampliación de la conciencia y maduración de los seres humanos, sin importar el género.
Qué bueno leer esto que escribiste.
ResponderEliminarQué pesar de todos, limitándonos a aceptar solo los uniformes.
También me pasa mucho que veo cuerpos distintos de los de las modelos y los veo muy bonitos.
Sobre el documental, que sea una cantaleta no significa que no tengan razón, a pesar de la cantaleta me pareció bacano. No creas, es posible que sus esposos y novios sí las vean muy bonitas, y es perfectamente posible que a pesar de que las vean bonitas sufran un poquito o mucho por eso.
ResponderEliminarClaro que las pueden ver bonitas y deseables, pero yo inmediatamente decidí que no y hoy (hace un ratico) fue que vine a entender lo arbitrario y tonto de esa decisión mía.
ResponderEliminarSí, es una cantaleta. Yo no sabía que la televisión italiana era tan así. A mí también me dan ganas de cantaletear, como pueden ver.
Lalu, es brutal todo lo que aceptamos y todo lo que nos limitamos.
lo que quería decir es que aunque hombres, esposos, novios las vean bonitas y deseables ellas sufran viendose defectos.
ResponderEliminarYo he visto a muchos hombres criticar a las viejas porque están gordas. Como en el plan de "qué pesar, esa pelada estaba toda buena y se engordó".
ResponderEliminarLas viejas nos damos más duro, de todas formas. Pues, creo.
Sí, de acuerdo. Es una obsesión muy brava.
ResponderEliminarLa otra vez Dove se anotó un golazo con una publicidad en la que se habla de la perspectiva que tiene la mujer sobre ella misma, sobre su belleza. No sé si ya vio eso o no, pero sí me parece importante que vea esto de Dustin Hoffman
ResponderEliminarhttps://www.youtube.com/watch?v=xPAat-T1uhE
"there's too many interesting women i have not had the experience to meet in my life because i was brainwashed"
Tremendo.
Sí había visto el de Dove y no había visto el de Dustin Hoffman. Muchísimas gracias por compartirlo aquí. Un abrazo.
ResponderEliminarTremendo ese video que puso Jormanks, bacanisimo.
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